La melodía de las armas

Escrito por: Sofia Grajales Enamorado

Mis recuerdos acerca de mi labor en el ejército han sido tan claros desde el día que tomé la decisión de ser parte de ello. Sin embargo, se debe contar el contexto de quien soy si voy a reproducir mis recuerdos de la primavera del 92. Solo ten en cuenta mi nombre de ahora en adelante. Carlos Grajales. Cabo Segundo cuando sucedió el atentado, Sargento Primero cuando me retire. 

Contengo en mi memoria más de cien historias de mis días siendo miembro del ejército. Todas ambientadas en un lugar diferente, épocas diferentes y cargos diferentes. No obstante, lo que pasó en el pueblo de cocuy, municipio de Boyacá, es un relato que pocas veces es cuestionado. Por lo tanto, es el menos relatado.

El ejército de Colombia es la mejor empresa e institución del mundo

A la edad de 17 años, no tenía ni idea de lo que podría ser mi futuro. Me encantaban las matemáticas y era bueno en ello. La medicina era algo del cual muchas veces pegaba el ojo. Sin embargo, no había tal concepto fijo que me permitiera decir con seguridad “quiero ser esto”. 

Llevaba a cabo mis estudios en horarios de la tarde en el colegio Manuel Mejía Vallejo en el barrio Yuldaima, Ibagué. Para poder tener una base de sustento para mis gastos personales en los estudios, recurría a trabajar en las mañanas en un negocio de venta de pandebonos en el barrio. 

Fue en ese momento cuando conocí al dueño de este negocio, el sargento retirado Gerardo Estrada Adarve. Cada día, durante mi horario laboral, el señor Estrada me comentaba una historia diferente de su vida, más específicamente de su carrera militar. Al ser un veterano de la Guerra de Corea, sus relatos se acumularon de manera infinita generándome así  la duda de si eran reales o no. 

Casi se acercaba el fin del ciclo escolar del último año del bachillerato, y ya era hora de tomar una decisión. Le comenté al señor Estrada mis dudas para ver si me podía dar un consejo, pero no esperaba la respuesta que me dio.

“¿Por qué no te unes al ejército?”.  Fue su comentario. Al momento de decir ello, lo vi de manera dudosa. Cuando vio mi cara, él agrego: “El ejército de Colombia es la mejor empresa e institución del mundo”. Al parecer no tenía dudas sobre ello, así que comencé a preguntarle el proceso de inscripción.

Regrese a casa dispuesto a decirles a mis padres sobre ello. Pasaron diferentes escenarios por mi mente de solo pensar cómo iban a reaccionar. Sin embargo, ellos me apoyaron y me permitieron llevar a cabo mi proceso de inscripción. Incluso en el colegio, me di cuenta de que no iba a ser el único en unirme al ejército, seis de mis compañeros decidieron realizar el mismo proceso. 

Para ello, necesitaba un representante. El primer pensamiento que tuve ante esto fue el señor Estrada, ya que el me brindo su apoyo al momento de entrar al ejército. 

Siguiente paso: Formación

Entre a la Escuela de Suboficiales Inocencio Chinca en Tolemaida, Cundinamarca en el año 1991. Me encontraba tomando la formación inicial con al menos 1000 jóvenes, quienes esperaban resistir con todo el proceso de esta carrera. 

Durante el primer semestre, tome un curso básico, en el cual era registrado como estudiante en donde me enseñaba lo básico: conocimiento de armas, milicia básica, uniforme, en si la vida militar. Para ese entonces, muchos se preguntaban si era una buena decisión, yo también me lo preguntaba algunas veces.

Para esos pensamientos que rondaban en mi cabeza, decidí dejarlos en segundo plano. A parte de ello, casi no tenía tiempo. Con el pasar de los días, las clases fueron avanzado. Cuando menos me lo esperaba, estaba siendo clasificado como dragoneante. Es decir, para mi segundo semestre tenía un grado antes de cabo, en donde me especializaban en armamento, guerrillas y contraguerrillas, guerra irregular y fce de mando militar.

Con cada prueba, clase y entrenamiento. Los días se transformaban en horas, las semanas ahora eran días. Luego de 12 meses, logre graduarme del curso con un rango de Cabo Segundo. 

El recuerdo de mi graduación no era tan claro a diferencia de mis otros compañeros o tal vez era porque hace 30 años que no traía de nuevo a la luz tal memorial. Sin embargo, recuerdo la ceremonia militar en el campo de Paradas-Boyacá de la Base Militar de Tolemaida. Asistían los miembros de la vida nacional de Colombia, entre ellos estaban los miembros de la Fuerza Aérea, los comandantes y el Ministro de Defensa. 

Me encontraba con diferentes emociones al momento de la imposición de las Jinetas, el símbolo que representaba mi cargo. 

Lo último que recuerdo de ese día era la espera de mi nuevo lugar de reclutamiento y la idea de seguir mejorando mi entrenamiento. Para que en el momento en el que me recluten en el verdadero campo, mi desempeño sea el adecuado. 

Entre tres y cinco horas de sueño

Al siguiente año fui transferido al Batallo de Artillería #1 “Batalla de Tarqui” conocido por aquel conflicto entre Colombia y Perú en 1829. Junto con siete compañeros éramos asignados a la compañía de soldados regulares del primer contingente de 1992.

A diferencia de las personas ajena del servicio, tenía muy en claro cuáles eran mis tareas correspondientes. Recibíamos diariamente instrucciones y entrenamiento diurno y nocturno para toda la ahora nueva vida militar, junto con un buen desempeño en el combate. 

La rutina en aquel batallón era la misma para cualquier rango, es decir, era la única pedagogía el cual no importaba el rango. Misma hora de inicio y una hora final que era desconocida para todos los soldados. Por lo tanto, teníamos claro que las labores diarias iniciaban a las cuatro y media de la mañana con una revista de suboficiales, pasábamos por la DIANA (toque de corneta en donde dice que los soldados tienen que levantarse); continuas horas de entrenamiento físico a base de los conocimientos en armamentos. Podría decirse que la mayoría de mis compañeros y yo deseábamos que terminara a las once de la noche en lugar de continuar el entrenamiento nocturno hasta la una de la mañana. 

Varias veces teníamos la obligación de pasar lista con el comandante, en donde nos daba clases de cualquier asunto ya que eran tres meses de instrucción regular. A la llega de abril de 1991, continue con el entrenamiento de combate. Sin embargo, este era especializado en las guerrillas en un campo especializado de Soacha, Boyacá. Finalmente, luego de seis meses de dicho entrenamiento pase a la sala de operaciones, en donde esperaba las órdenes del comandante acerca de la llegada de nuevos grupos armados del ELN.

23 de abril de 1992 - 2:00 pm

Recuerdo claramente los sucesos de aquel día. Efectivamente, me encontraba en permiso durante esos días. Sin embargo, recibí junto con mis compañeros la llamada del comandante. 

“La guerrilla del ELN con el frente de Domingo Laín Sáenz ha tomado la población de Cocuy, municipio de Boyacá.” Fue lo único que expresó el coronel Carlos Alberto Frasica. Ante ello, nos alistamos con el armamento correspondiente, el cual era un fusil con cuatro proveedores y ciento cincuenta cartuchos.

A partir del diecinueve de abril comenzó el orden público en el municipio. Para ello, el ejército autorizó un desplazamiento helicoportado desde Sogamoso, Boyacá. Lugar donde se encontraba el Batallón de Artillería. Luego de veinticinco minutos de transporte, nos soltaron en un punto específico llamado “El Cardón” en La Salina, Boyacá.

Luego de un par de días, exactamente el veintitrés de abril a las cinco de la mañana. Despertamos dispuestos a que el ELN llegara a la vereda Barroblanco. Para ello, realizamos desplazamiento a pie desde La Salina hasta aquella vereda. Sin embargo, el pueblo ya había presenciado los ataques del ELN; en donde dieron de baja a la policía nacional y el banco agrario. Claramente, según nos explicaron en Sogamoso, buscaban robar todo el dinero que incluía el banco y habían asesinado dos policías. Afortunadamente, el ELN solo buscaba dinero y no secuestraron a las familias establecidas en el pueblo.

El clima no era el más ideal si queríamos detener a los miembros pertenecientes de la guerrilla. Estaba nublado y desde que inicio el desplazamiento escuchábamos continuamente los truenos, informándonos que se avecinaba una fuerte lluvia.  

Finalmente, llegamos a la vereda Barroblanco. Estábamos esperando pacientemente a la llegada de la guerrilla. Cuando menos lo esperábamos escuchamos los disparos del armamento enemigo; nos dimos cuenta que contenían granadas las cuales lanzaban una tras otra dispuestos a que cayeran en nuestra área protegida. 

Entre las balas y las granadas, progresaba en la idea de ganar territorio y a la vez posición sobre el enemigo. Así se resumían las siguientes tres horas, para cuando llegaba la media tarde, cuando decidí avanzar sobre el enemigo y ganar posición con ayuda de otros soldados realizamos dichas maniobras. 

Cuando de repente, justo cuando apuntaba para disparar al enemigo, escuche un disparo muy cercano a mí. Fue ahí cuando me di cuenta que recibí una herida de bala en la pierna derecha a la altura del muslo (según me contaron horas después), aproximadamente a las 2 de la tarde.

Recibí ayuda de las nuevas tropas, eran pocas para un ataque de aquel nivel, pero era lo máximo que el ejército podía enviar. 

Bogotá, Cundinamarca 

Me trasladaron al Hospital Militar, el cual recibí mis respectivos tratamientos y terapia física. Algo que podría decir que fue un buen recuerdo era cuando pasaba mi tiempo en mi habitación correspondiente del hospital, dibujando con carboncillo que me trajo mi madre desde Ibagué luego de que se enterara del ataque.

Recordé, tiempo después, que para la extracción de los fallecidos habían llamado a nuevas tropas. Nuevamente recalco que no creo que hubieran sido suficientes. Hoy en día mantengo esa postura, cuestionándome el tan icónico “que pasaría si”.

Según las cuentas del coronel Frasica, había fallecido un capitán, un hombre de rango cabo primero, dos soldados y 8 personas perteneciente al grupo de las guerrillas. Pregunte con suma curiosidad el por qué no tuvimos la oportunidad de terminar nuestro objetivo. Fue cuando me di cuenta de que la lluvia era la razón, el clima bloqueaba nuestra visión y el terreno al ser rural nos impedía un avance territorial más avanzada. 

Curiosamente nuestra labor en la vereda de Barroblanco no llego a medios. Periódicos como El Tiempo reportaron lo ocurrido. Sin embargo, lo que sucedió en aquella vereda no fue mencionado ni en el público colombiano ni entre las mismas tropas. 

Luego de un par de semanas, me dieron a dar informe en la base de Sogamoso y el consejo de retomar el entrenamiento diario que previamente tenía establecida. Entre mis compañeros no comentábamos al respecto, pero eso no significaría que lo ocurrido no pasaba por nuestras mentes. Al final, regresábamos a las salas de operaciones o al entrenamiento rutinario esperando nuevamente ordenes de los superiores. 

Un recorrido de veinte años

Luego de lo ocurrido pasaron tres años y medios en donde mi establecimiento oficial era Sogamoso, Boyacá. No fue hasta 1995 que me dieron la orden de trasladarme a Bogotá. De ahí partieron diferentes traslados entre los batallones que se encontraban por todo el país durante los siguientes 15 años. 

Si mi memoria no falla el orden de traslado de cada año, máximo cada dos o tres años era: Bogotá, Ibagué, Barrancabermeja, Cali, Melgar, Medellín, nuevamente Bogotá, Florencia, y finalmente termine en Montería, Córdoba; en donde me retire en el cargo de Sargento Primero. La razón principal era mi familia, tenía mi propia familia y no quería ausentarme por más tiempo. 

Aunque lo que paso en la primavera o como en Colombia simplemente decimos abril de 1992 no es el más cuestionado, pero es algo cuyos recuerdos son claros. No debería guardarlo en lo más profundo de mi memoria, tal vez hoy en día no comparto es melodía que daba el armamento, pero no tengo razón para negar aquel hecho, solo si es cuestionado.

Epílogo

Al terminar de contar estos testimonios, me di cuenta que nadie se había preguntado sobre lo pasó. Esta historia es la respuesta a la interrogante “¿sufriste una herida?”. Hoy en día digo con mucho honor mi anterior profesión, aunque esta algo claro que mi actual puesto como gerente de mi propia distribuidora de belleza es el más sonado por gente externa. Me emocionaba saber la idea de que mi propia hija fuera quien retratara mis recuerdos en estas hojas de papel, ya que ella no preguntaba mucho. Mi pasado y presente se han mezclado en el relato, ahora ya tengo otra historia que desempolvar cuando llegue la noche de Navidad. 

 

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