Por: William Rendón

Es apenas ingenuo considerar que la firma de un acuerdo sobre el cese al fuego o, en otras palabras, la puesta en marcha de una posible paz negativa -entendida como ausencia de guerra-, es la garantía de la superación de la violencia en un territorio históricamente complejo y culturalmente diverso como Colombia.

De igual forma, aclaro que no desconozco el potencial esencial que tiene la paz negativa como punto de partida para la disminución exponencial de la violencia en el territorio, sin embargo, es necesario atender las diferentes problemáticas de corte estructural que vive el país desde hace varias décadas atrás, en pro de fortalecer los espacios de seguridad, bienestar, y libertad que demanda la población.

Luego de la firma de los acuerdos de paz de 2016, el país enfrentó un momento crucial, en el que Estado debía afianzar la confianza social en el proceso de paz, por medio de respuestas concretas a las necesidades planteadas por la población en materia de seguridad, desarrollo social e implementación del acuerdo final.

No obstante, las demoras en la ejecución y las deficiencias estatales, nos ponen nuevamente en un escenario de paz frágil, paz inacabada, o en términos de Francisco Muñoz, paz imperfecta, entendida como una realidad compleja, por lo tanto, dinámica e inacabada (2001). Al respecto el profesor Mario López Becerra menciona el embeleco, de la siguiente manera, “Somos una fábrica de paz o paces, de acciones de paz que ha sido opacada por el ruido de las violencias” (2024) .

Esto último, me lleva a retomar las discusiones acerca de un nuevo posible ciclo de violencia en Colombia. Para tratar de dar una lectura a la realidad, es necesario comprender que, “La idea de una paz como sucedáneo de la guerra no nos ha permitido ver lo que ha acontecido en el escenario mismo de las violencias” (Becerra, 2024) y que, por tanto, el trámite del conflicto se ha movilizado en pro de la disminución de la violencia directa, descuidando de manera tangencial los factores prolongadores de la guerra, los mismos que suscitan nuevos ciclos de violencia.

Dicho de otro modo, convivir en medio de condiciones de desigualdad social, riesgo de supervivencia, lucha constante por el reconocimiento de la dignidad, representación, y necesidad de libertad, (Galtung, 2003) sumado a las constantes disputas por el control territorial, la amenaza de nuevos factores armados (despolitizados), el negocio altamente rentable de la guerra, entre otros factores prolongadores del conflicto; imposibilita la labor de plantear una paz real para las comunidades que sufren hoy por hoy, el flagelo de la violencia.

Finalmente, me parece importante mencionar que esto no es un llamado a tirar la toalla, por el contrario, “hay que seguir haciendo el trabajo de las violencias en Colombia … hoy estamos dando un giro epistemológico en torno a la construcción de paz, para mirar aquello que ha desatado el potencial humano en medio del conflicto y la violencia” (Becerra, 2024).

Igualmente, es necesario atender al incremento de los índices de violencia que arrojan los informes de paz más recientes, al igual que, tener en cuenta las recomendaciones sobre la prevención y acción de los hechos que puedan poner en riesgo la implementación de los acuerdos de paz y las posibles negociaciones que se están estableciendo desde el actual gobierno, todo esto en aras de prevenir un nuevo ciclo de violencia en Colombia.

Referencias

Francisco A. Muñoz. (2001). La paz Imperfecta. En Universidad de Granada, Editorial Universidad de Granada, Colecciones Eirene. España.

https://dialnet.unirioja.es/servlet/libro?codigo=745947 

Galtung. (2003). Violencia Cultural. Gernika Gogoratuz Centro de investigación por la Paz.

PP. 4-20. https://www.gernikagogoratuz.org/portfolio-item/violencia-cultural-galtung/

Becerra, M. L. (2024). De qué hablamos cuando hablamos de paz. En Universidad del Valle.

Obtenido de  https://humanidades.univalle.edu.co/notic ias/item/722-de-que-hablamos-cuando- hablamos-de-paz

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